lunes, 10 de mayo de 2010

Para ella jamás era suficiente. Jamás tenía todo lo que deseaba. Ella se quedaba con todo. Era dueña insaciable. Por quedarse se podría decir que incluso se quedaba con todas las miradas que se encontraba.
Pero nunca tuvo suficiente. Era codiciosa, obsesiva y soñadora lo que más. Envidiaba a todos. Incluso en sus solitarios paseos envidiaba a todo lo que le rodeaba. Envidiaba a ese pájaro capaz de volar y ver lo que ella no podría ver jamás. Envidiaba a esos coches, capaces de alcanzar velocidades impensables para sus menudas piernas. Sin saber que ella poseía algo más. Esa capacidad para amar y ser amada.
Aunque puestos a reconocer, puestos a ''poner el corazón sobre la mesa'', ella solía abusar en exceso de lo segundo, pero no estaba nada entrenada en lo que representa amar a alguien. Siempre se dejaba amar, sin más. Como una simple costumbre.
Se pasaba todo el día buscando en los bolsillos de aquella chaqueta azul que tanto le gustaba, que tanto aspecto de inocencia le otorgaba, pero jamás encontraba ese poquito de amor que necesitaba para regalar. Sólo conseguía rozar un par de recuerdos mal doblados y algunos cigarrillos desgastados del uso. Parecía que el amor estuviera allí, pero que siempre se le escurriera entre sus dedos de pianista. O al menos, esa era la sensación que todo aquello le producía. Pero claro, podía soportarlo. Ella era egocéntrica y con sí misma y la admiración de los demás le bastaba. Y está claro, de eso no le ha faltado nunca. Ella era, ante todo, deseada.
Hasta aquel día, que escuchó la voz más dulce que podría imaginar. Una voz de esas que se quedan marcadas, de esas que enamoran. Pero claro, era sólo eso, una voz... Pero se prometió volver a escucharla, hasta que aquella voz y la suya fluyesen en una sóla frase. De una forma verdaderamente mágica.